Búsqueda [Priv. Matew]

Como odiaba las escuelas, las aulas de clases, los uniformes escolares y por sobretodo las reglas. Diana en el fondo sentía que todo ese ambiente reglamentado al que sometían a jóvenes menores que ella era solo para hacerles cuadrar un pensamiento lógico, para encasillarlos en un rol y no dejarlos salir de allí por nada del mundo. Y lo sabía casi de manera perfecta, ella graduada de toda institución a la edad de catorce años no tuvo problemas con desempeñarse en distintas áreas del conocimiento sin más tutoría que la de su hermano. Había alcanzado puntos altos dentro de su propia cabeza sin ayuda de maestros, y no es que fuera altamente orgullosa, claro que no, solamente que su paso por la academia de mafia italiana le había enseñado un tanto más sobre la educación impartida al resto de chicos normales. Chicos con intelecto promedio que no podían graduarse de la escuela antes de la edad acostumbrada, chicos con los que no podía congeniar ya que su cerebro siempre iba millones de veces más rápido y una de las principales razones por las que ella, Diana Keigo, no tenía ninguna clase de amistad con alguien de su edad... o de mayor edad.

O algún tipo de cercanía mayor a la familiar. Solo a su hermano podía llamarle "buen amigo", Dino Cavallone estaba en el rango de "conocidos" al igual que su líder en los planes de la Old Vongola, Irie Shoichi. Los chicos y chicas de su edad eran demasiado básicos, poco podía hacer para extender una conversación más allá de los cinco minutos sin que su aburrimiento saliera a flote y diera media vuelta para marcharse a terminar una base de datos o trabajar en alguno de sus proyectos.

Le dio media vuelta al papel blanco que tenía entre las manos justo cuando un rayo del sol crepuscular le dio en el cabello oscuro. Eran cerca de las siete de la tarde, ¿para que le citarían a esa hora y en ese lugar?. Ella quería comprar materiales para seguir con los prototipos, no entrar nuevamente a la escuela (una tercera vez no lo aguantaría). Con el paso ligero y los pantalones cortos, siguió su camino hasta el aula indicada en la nota; tocó la puerta antes de entrar al salón 3A y ajustó su chaqueta de cuero en cuanto observó a la figura silenciosa parada frente a la ventana, cerca del pupitre del profesor. Ajustó un tanto la correa de la mochila en su espalda, la cual contenía gran parte de sus cosas.

— Buenas ~ — saludó con sus dedos, haciendo una señal de paz.

Entró despreocupada en cuanto fue recibida por el otro. Cerró la puerta tras de si antes de ajustar su cabello en una coleta desordenada, dejando el papel donde había anotado el nombre de su contacto en el bolsillo de su chaqueta. Avanzó un tanto, quedando cerca del mesón principal y dejó su mochila sobre el, un sonido un tanto pesado se dejó retumbar en el salón ante tal acción; sus patines y el casco eran lo más abultado entre sus cosas, además si a ello se le sumaban los discos de levitación electromagnética aquello podía dar un buen golpe a cualquier desprevenido que se pusiera interponer en su camino.

— Umh... creo que me perdí —soltó tranquila, sacando nuevamente el papel de su bolsillo. Leyó por décima vez las palabras en italiano antes de rascarse la cabeza un tanto confusa, ¿se le había olvidado otro detalle importante a causa de esas miles de vocecitas que tenía dentro de la cabeza?—. Salón 3-A... siete de la tarde... umh

Sinceridad completa acompañada de una mueca un tanto confusa en el rostro blanco. Sus ojos grises se entrecerraron un tanto en cuanto su mano fue a dar debajo de su barbilla imitando una posición de pensamiento. Suspiró ligera, apoyó las palmas de su mano sobre la mesa de manera inversa y de un salto se sentó sobre ella, quedando mirando de frente al chico con el que se había encontrado. Una imagen digna de una foto, el contraste de la silueta del muchacho de anteojos con la luz proveniente del atardecer de la ventana era algo artísticamente anormal.

Y cuando se refería a "artisticamente" quería decir algo "bonito". Si eligiera bien una palabra esa sería "interesante".

— ¿Clases?, la escuela es para bobos —se río un tanto divertida, recordando en parte miseras cosas sobre su primer paso por la escuela. Con su mano derecha acomodó un mechón de su oscuro cabello tras la oreja y luego se quitó los guantes sin dedos de las manos—. Diana Keigo, puedes decirme Diana —se presentó sin más, haciendo otra de sus señas de paz con los dedos—. ¿No es muy tarde para estar en clases?, ¿Qué haces tan tarde?, ¿Algún tipo de castigo?, yo pasaba en esa clase de líos, sobretodo cuando reventé el laboratorio de química... y eso que ni siquiera fue mi culpa, en parte

Río para si misma, agachando un poco la vista. Ah, que refrescante juventud, tendría que darle méritos a sus compañeros de aquel entonces, casi iguales que el chico que tenía frente a sus narices, podía apostar que no la rebasaba en edad. Solo que a diferencia de ella él parecía ser ese joven promedio, aburrido joven promedio.

Le miró, ladeando un tanto la cabeza. ¿Sería el que contactó para los materiales?, pestañeó ligeramente.

— ¿Tú... tienes mi encargo de cátodos de carburo de Tungsteno?

Peligro: freak ingeniera. Debería pegarse ese cartel en la frente para terminar de espantar al resto.

Todos los clichés de los ingenieros de Vongola también los tenía ella presente en su ADN, la inteligencia emocional de un ave, supervivencia y control de moral en niveles bajos (por no decir en negativos) y esa aparente sed de conocimiento que podía pasar por alto los datos más importantes. Si, la personalidad e intelecto de Diana era algo que podía ser perfectamente una tesis de un estudiante de psicología; extraña, detallista, olvidadiza... polos opuestos que se complementaban perfectamente en ella. No chocaban entre si terminando por dañarse a si mismos como cuando su pavor a los gérmenes florecía por situaciones inverosímiles de la vida diaria. ¿Qué hacer?, seguiría así para el resto de su vida a menos que una situación la lograra a hacer madurar de manera rápida, era inteligente y sabía que la adaptación era la base de todo.

Y por eso no podía confiar plenamente en las personas. Podía ser distraída y todo lo que quieran, pero esa habilidad para no sentir dolor alguno también traía consigo esas sensaciones extrañas poco basadas en su amada lógica.

— ¿Perdido entonces o esperas a alguien?, ¿Una novia u hermano quizá? —ladeó un tanto la cabeza otra vez con suma curiosidad, dejando que parte de su cabello negro se deslizara por el hombro. El flequillo resto se movió un tanto de igual forma, reafirmando el gesto. ¿Estaba haciendo muchas preguntas?, poco sabía de eso—. Si me consigues una pelota de ping-pong puedo hacerte una bomba de humo

Alzó su dedo índice con una ligera sonrisa mientras balanceaba los pies tranquilamente en el pequeño espacio que le quedaba para mecerlos. No era tan baja como el resto de mujeres japonesas, aunque no se quejaba y realmente le daba igual habían miles de cosas que no podía aprovechar debido a su altura.

Su vista se fue directo a la mano del chico, no a la que mostraba los objetos de su bolsillo si no a la que mantenía oculta en el otro libre. Por un momento se sintió tentada a bajarse de la mesa e ir hasta él para analizar ese pequeño brillo que había alcanzado a anotar en su dedo, a lo mejor no era algo más que una cosa normal, pero su instinto investigador le decía otra cosa. Sus investigaciones sobre las cajas de armas y anillos eran algo dignos de sorpresa para cualquier individuo que se declara parte de la ciencia, su avance en tan poco tiempo era formidable e incluso lo eran más sus progresos. Aún no alcanzaba a ser un Da Vinci moderno pero estaba en ello, Diana quería con todas sus fuerzas llegar a ser una genio en varios ámbitos de la materia.

¿Qué la detuvo entonces?, su pavor a los gérmenes. Un ligero cosquilleo en su columna vertebral le advirtió sobre el contacto físico directo con el otro chico, un acto imprudente que desencadenaría otro ligero ataque de ansiedad difícil de parar. Al menos ese pavor irracional a la suciedad la mantendría alejada de futuros problemas que pudieran mandar al carajo todos los planes de su hermano de mantenerla alejada de todas las crueles verdades acerca de su sangre.

— Supongo que me han timado otra vez o no entendí su ruso-chino muy bien esta vez —murmuró distraída, arrugando el papel en su bolsillo. Se bajó de la mesa de un salto para apoyarse en ella misma con la parte baja de su espalda. Sacó su celular del bolsillo de su pantalón oscuro y comenzó a revisarlo sin más—. Diez minutos más supongo que no me mataran... ¿Te importaría hacerme compañía un rato?, se supone que me vendrán a dejar un par de cajas con un material algo pesado y tengo la moto abajo. En recompensa te daré un paseo luego —indicó la puerta del salón con su dedo pulgar y luego guardó su celular donde mismo—. Si no tienes nada más que hacer claro. me viene bien algo de compañía humana antes de volver a encerrarme

— Repartidora de medio tiempo, ¿y tú?

Contesto con simpleza estirando sus brazos hacía el techo, desperezando su cuerpo debido a horas de constante ajetreo. No mentía, lo era, de hecho era muy difícil que la ingeniera pudiera decir  un falso solo por engañar a la gente, lo que más chocaba en ella era su extrema sinceridad hasta en los casos más ridículos.

— Secreto ~

O al menos lo era hasta que se ponía en medio su trabajo, más si era algo importante en lo que no quería que la descubrieran. Simple, así habían salido esas palabras de sus labios, no habían muecas de por medio ni una señal de nervios; el rostro estoico y la mirada directa en los ojos del otro era un claro gesto de "es muy complicado para ti e importante para mi, no te lo diré". ¿Orgullosa?, para nada, había sido victima de esa curiosidad en la escuela y solo terminaba de aburrirse por contar las cosas una y otra vez ya que los demás no entendían. ¿Le estaba tratando de tonto?, no, no acostumbraba a subestimar o insultar a la gente común.

Era simple: no hablaría de ello, por muy simpático que el otro fuera. Siempre había sido lo mismo con ella.

— Ahora que lo pienso —llevó una de sus manos al mentón nuevamente, el rostro japonés mutó la mueca estoica a una inocente—. Ni siquiera sé tu nombre y tu acento tampoco es netamente japonés, ¿Eres extranjero?

Pestañeó un par de veces, acomodando su posición. Aún habían cosas que podía notar, el estar fuera de un entorno relativamente normal durante tantos años, sumado a la constante visita de extranjeros a su casa como ella a otros países, habían hecho que su percepción de los idiomas fuera algo normal. Tenía que cambiar el modo de habla constantemente para ser entendida o ahora, para reclamar futuros errores.

— ¿Mitad y mitad, no?, te pareces a mi —soltó tranquila, con una ligera sonrisa al cruzarse de brazos. Luego paseó su vista por la sala, a la espera de respuestas sobre los materiales que había encargado.